
Y si la memoria no me falla, tendría unos catorce o quince años aquella tarde en que venia feliz, sentado en la ultima banca de un bus de Palmas Magdalena. Deseando que la destartalada chatarra volara por encima del tráfico endemoniado y llegar por fin a mi casa para escuchar el casette de Madonna que unas maricas amigas me habían dado como obsequio de cumpleaños.
La próxima señor, me anime a decir algo asustado, temiendo que mi vocecita de alondra se quebrara a mitad del pasillo, donde iban sentados un grupo de jóvenes y bellos soldados que canturreaban animadamente la tonada de la cantimplora. “Anda si a este se le moja el carbón”, me pareció oírle a uno de ellos, pero ya no estaba a su alcance, como para que pudieran dejarme tatuada en el culo; la huella barrosa de sus botas militares. Además, lo único que yo pensaba era en escuchar a toda mierda el casette de Madonna.
Al girar la llave de la casa todo estaba en silencio, entré y me dirigí hacia la cocina. “Mi madre debe estar comprándome la torta”, pensé mientras me empinaba un cuartito de vino cariñoso, heladito, barato y horroroso vino cariñoso, que amenizó tantas cariñosas fiestas, navidades y noches de año nuevo en las que casi siempre yo terminaba en el callejón de alguna casa vecina con los pantalones abajo mirando un cielo negro, donde de vez en cuando una cereza pirotécnica chisporroteaba de luces y violentos estallidos que encubrían nuestros gemidos adolescentes.
Y quizás fue esa complicidad de saberme solo aquel día, la que me llevo a correr los muebles, la mesa, las sillas de comedor, y dejar la sala desmantelada, acondicionada como un pequeño salón de baile para satisfacer mis delirios de “Fame”. Suspire hondo y con el mantel frutifloreado de la mesa, fui hasta el cuarto y me senté frente al pesado tocador de caoba, herencia de las mujeres de mi familia y el cual me toco defender de mas de una prima bruja, que siempre argumentaba: “Tú no necesitaras ese tocador, eres el hombre de la casa, y creo que se vería bellísimo en mi cuarto de paredes palo de rosa”. Para infortunio de ellas el tocador se quedó conmigo. Claro que te necesito! dije en aquel instante frente al espejo, y al tiempo enrollaba el mantel sobre mi cabeza, al mejor estilo Carmen Miranda. Abrí la paleta de maquillaje de mi madre y los colores se derramaron como un arco iris en polvo que empecé a sombrear sobre mi cara. Era tan joven entonces, y mi piel apenas era un retazo de seda imperial, una azucena salpicada de rocío mañanero levemente tocada por un jardinero negro. Entre algunos otros trapos, la sabana de pavos reales, esa sabana de los días especiales, me sirvió de faldón y los bellos tacones color carne de mama me dieron el toque final para mi performance privado.
“La ultima noche soñé con la isla de San Pedro”
Play:
Un solo de congas aparece de pronto en medio del siseo de la cinta magnetofoníca. Entonces la austera sala de mi casa se convierte en un iluminado escenario, decorado con frondosas palmeras de utilería y un dibujado mar caribe como telón de fondo, rompe tempestuoso. De repente todo se oscurece y una luz senital se derrama sobre una roca de esmeraldas sobre la que estoy sentada de espaldas al público. Con la ayuda de un marinero de piel azabache me incorporo y llego hasta el micrófono. El roto mantel de flores y frutas se ha transformado en un vertiginoso tocado con piñas de vivas coronas, sandias, cabezas de caimanes y sangrientas uvas. Un par de tetas como gigantescos cocos jamaiquinos me han brotado de la nada amenazando con romperme el escote. La sabana de pavos reales se ha encogido en un tutu de vivos encajes color turquesa. Y así, frente a un imaginado auditorio de turistas Portugueses, italianos y franceses empiezo mi canción: “Last night i dreamt of san pedro,just like i’d never gone, i knew the song...
“El dijo que te ama”
Pause:
La propensión al ridículo bajo el efecto de ciertas sustancias, es casi siempre algo inevitable. Solo se necesitan unos wiskeys de más, unas pitadas de más, o unas sutiles aspiradas, para desempolvar los más patéticos recuerdos. Bueno, sobre esa delgada capa de hielo de la memoria estaba yo, pobremente travestido creyéndome la estrella de un mágico film. Allí estaba taconeando mi delirio:
Play:
Te dijo te amo, la la la la la la la, él dijo que te ama, te ama te, krac! Krac! Krac! Track! Track!. Ahí quedé congelada, Y como si un mal humorado director de cine hubiese dicho “corten”, toda mi puesta en escena se hace añicos. Las frutas y flores exóticas de mi tocado se marchitan de golpe y vuelven a ser el cagado mantel de moscas de la mesa, el bello telón con el mar caribe a lo lejos se arruga en pleno crepúsculo y toma su forma original de raquítico almanaque. Un público enfurecido me escupe a la cara con insultos y rechiflas. Y es cuando caigo en cuenta que la vieja casetera ha masticado con sus dientes metálicos la cinta de audio. Con algo de tristeza trato de reparar el casette , en eso estaba cuando el toque de la puerta me tomó por sorpresa, quien es? dije temiendo que fuera mi madre y se diera de frente con este espantapájaros.
-Soy yo Jorge, respire mas tranquilo y entreabrí la puerta para hacerlo pasar
-Y tu porque estas disfrazado?
-No estoy disfrazado, es un performance querido, le conteste altanero.
Pero Jorge no entendía de esas cosas y hubiese sido inútil tratar de explicárselo, era un chico tan ordinario, casi analfabeta.
-Mira, te traje un regalo, dijo el llevándose la mano hasta la entrepierna.
-Entonces vamos a abrirlo, respondí impaciente, y lo lleve al cuarto, le baje la cremallera como quien descubre cuidadosamente el más preciado de los obsequios. Lo saque de su empaque, tenso, casi una faca amolada en su erección, lo tome con ternura y lo mire por un breve instante, antes de ponerlo en mi boca y empezar a cantar de lo lindo, la mas vulgar de las canciones.